El libro que relata la tragedia, para no repetirla

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7:37 p.m. | 27 de Febrero del 2013

Recordar la tragedia, para no repetirla

Tras cada visita a una comunidad afectada por la violencia, el grupo ha escrito un libro.

Foto: Cortesía Centro de Memoria Histórica

Con la voz de las víctimas, el Centro de Memoria Histórica reconstruye la violencia del país.

“De cualquier manera que termine esta guerra, nosotros ya la hemos ganado. Ninguno de ustedes quedará para contarla. Pero incluso si alguno lograra escapar y hablar, el mundo no le creería”. Esto le dijo un soldado nazi al autor judío Primo Levy, una víctima del Holocausto que, en efecto, sobrevivió para contarlo: dejó su memoria escrita en su Trilogía de Auschwitz.

Algo parecido podría pasar en Colombia.

Que no se creyera, su violencia.

“(…) A las personas que sabíamos que iban a ejecutar las llevaban al curso de enfermeros de combate para las prácticas. Con ellas enseñábamos a suturar, a hacer necropsias. Sobre personas vivas se aprendía mejor (…). Se asfixiaban con una toalla en la cara y se les tapaba la nariz y la boca. Se abrían para enseñar a los muchachos cómo se compone una persona para enterrarla”.

Lo anterior pasó aquí, en el sur de Putumayo, con campesinos a quienes los paramilitares tildaban de guerrilleros.

“(…) A Zoila la sacaron de la cama, en pijama, y la ahorcaron con una cuerda de nylon entre dos hombres. Cada uno halaba de una punta. Mientras la ahorcaban, los hombres la acosaban preguntando dónde tenía escondido el oro. Cuando estaba a punto de desvanecerse, uno de ellos le partió la cabeza de un hachazo”.

Lo anterior pasó aquí, en el municipio de Segovia (Antioquia), en la masacre de 1988.

“(…) Allí llegó el tipo ese y se paró delante de mí, y dijo: ‘Vamos a empezar y al que le caiga el número 30, se muere’. Yo caí el número 18 y dije: ‘Dios mío, no soy yo’. El 30 estaba allá. A ese señor, como de 60 años, lo mataron a cuchillo, rajándolo, cortándolo, torturándolo. Él clamaba, y ellos le dijeron “no te salva ni el putas”.

Lo anterior pasó aquí, en El Salado, corregimiento de El Carmen de Bolívar, en la masacre vivida hace 13 años.

Todo esto, y más, podría haber quedado en el silencio. Pero se conoce gracias al trabajo del equipo de investigadores del Centro de Memoria Histórica, que se ha dedicado a recorrer el país, a oír a las víctimas, a recoger sus historias y de esta manera armar un relato de lo que ha sido el conflicto colombiano reciente. Hasta el momento, el Centro ha publicado 18 libros detallados sobre las masacres de Trujillo, El Salado, Bojayá, Remedios, Segovia, La Rochela, entre otras historias.

-¿Para qué recordar?

Esa es una de las preguntas con las que se encuentran los investigadores cuando llegan al territorio de las víctimas. Y tiene sentido: son personas que quizá solo quieran olvidar la tragedia vivida. Sin embargo, en medio del proceso de trabajo -el equipo hace un acercamiento lento, respetuoso, primero realiza talleres donde explican la importancia de hacer memoria- las víctimas terminan por darse cuenta de que es útil hablar.

-¿Para qué recordar? -se repiten todavía.

Pero ya tienen respuesta:

-Para que se sepa.

“En este país donde ha pasado tanto, la violencia se ha banalizado.
Sin embargo, la gente tiene necesidad de contar lo que le ocurrió. Incluso, es una urgencia mucho mayor que la reparación”, dice el historiador Gonzalo Sánchez, director del Centro.

Desde el 2005, cuando esta entidad nació y era parte de la Comisión Nacional de Reparación (a partir de la existencia de la Ley de Víctimas, el Centro funciona de forma autónoma), Sánchez ha llevado la batuta y conformado un equipo de historiadores, antropólogos, sociólogos expertos en el tema. Tiene claro que una de sus tareas centrales es crear confianza, como depositarios de la historia, porque muchas personas no sienten que las condiciones estén dadas para hablar.

El primer relato que el Centro de Memoria recogió fue el de la tragedia vivida en el municipio de Trujillo, norte del Valle, donde cientos de personas sufrieron masacres, asesinatos selectivos, torturas, terrorismo y desaparición forzada de 1988 a 1994. Hubo razones para escoger Trujillo como el primer trabajo:

“Necesitábamos un caso que permitiera ilustrar el hecho de que estábamos dispuestos a asumir la verdad con todas sus implicaciones -dice Sánchez-. Era como una prueba: vamos a ver hasta dónde soporta la verdad el país. Creo que la prueba se pasó. Trujillo es uno de los casos con mayor impunidad. Como dice el título del libro: es Una tragedia que no cesa.

* * * *

A partir de ese trabajo comenzó la elección de otros sucesos que fueran representativos del conflicto (el objetivo principal del Centro es realizar un informe general sobre la violencia en el país, que será entregado en el segundo semestre de este año), para lo cual tuvieron en cuenta diversas modalidades, actores, regiones o grupos étnicos. Les interesaba, también, que fueran casos que significaran un desafío en cuanto a memoria. “En nuestro trabajo buscamos hacer visible lo que el victimario quiso volver invisible”, dice Andrés Suárez, investigador. Las voces protagonistas son las de las víctimas, y los relatos llegan hasta donde ellas lo permitan.
En ocasiones, reciben solo silencio.

Se han dado cuenta de que la tragedia de un lugar no empezó cuando sucedió una masacre ni se acabó cuando los tiros dejaron de sonar. “En Colombia solemos poner el acento en el caso concreto -agrega Suárez-. Pero lo que hemos visto es que la historia de violencia ha empezado antes y no ha terminado”. Los investigadores ponen como ejemplo Bojayá: los hechos trágicos del 2002 tienen un antecedente en los 90, y no cubren solo esa zona, sino envuelven todo el Atrato. El grupo, en sus libros, ha logrado darle ese contexto histórico y sociológico a cada hecho violento, como si se tratara de jalar el hilo para lograr entender las raíces.

Están haciendo memoria en medio del conflicto, lo saben. Tienen claro que están narrando algo que no se ha acabado. Martha Nubia Bello, coordinadora del informe general sobre memoria y conflicto armado del centro, acepta que experiencias internacionales (como las de Chile, Argentina o Alemania) muestran que lo habitual es que esta tarea se haga después. “Sin embargo, nosotros creemos que la memoria también puede ser un recurso para la transformación del conflicto, en la medida en que se relaciona con la justicia y el reconocimiento”, dice. Y hay otra razón para hacer esta labor en medio del conflicto: muchos de los protagonistas, que saben la verdad de primera mano, se están muriendo. “Son los viejos -dice-. Este trabajo es ahora, o no hay memoria”.

Pisan terreno minado. Han visto que hay sectores a los que les interesa que la verdad se conozca y otros a los que, por el contrario, les molesta e incluso pretenden incidir en el camino de sus investigaciones. Aunque su objetivo no es que sus resultados se impongan en el ámbito jurídico, sí pretenden que los responsables asuman los hechos. El reconocimiento de la víctima no puede ser solamente social.

“Al comienzo nos veían como sustitutos del juez -dice Sánchez-.
Luego hubo una diferenciación clara en la que se vio que la labor de la memoria es una y la de la justicia es otra. Pero ahora vivimos un tercer momento, donde la memoria está en colaboración con el trabajo judicial”. Esto lo vieron, por ejemplo, cuando el caso de San Carlos llegó a los tribunales y los jueces, gracias al trabajo del Centro de Memoria, entendieron el contexto en el que había sucedido todo en este municipio antioqueño que, por la guerra, pasó de tener 26.000 habitantes a contar con 11.000.

Es una tarea agotadora que muchas veces los deja sin aliento.
Pero los investigadores se complacen en el hecho de que su objetivo no es solo contar la guerra, sino también describir la resistencia de las víctimas, sus propios esfuerzos de reparación.
Uno de los proyectos que más los entusiasman es la próxima creación de un museo que tendrá sede en Bogotá y que dará cuenta de lo que ha pasado en el país en los años recientes.

Pero el mejor momento para ellos, sin duda, es cuando tienen en sus manos los libros que han escrito sobre la historia de una población y vuelven allá a entregar un ejemplar de casa en casa.
“Algunas comunidades le rinden verdadero culto al libro”, cuenta Suárez. Como si pensaran que, al estar su historia ya contada en papel, hubieran comenzado a existir.

María Paulina Ortiz
Redacción EL TIEMPO

(Post publicado a propuesta de Sandra Jiménez)

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